viernes, 13 de octubre de 2017

DIÁLOGO









El telediario actúa como un somnífero después de la comida y el aburrimiento cierra suavemente mis párpados.

Antes de que la baba empiece a deslizarse sin control, queda flotando en el aire una palabra susurrada por algún político: democracia. El sueño, a pesar de ser profundo y largo, no ha sido nada reparador. El sonido de los helicópteros, como un zumbido difuso pero insistente y el alto brazo del sofá han impedido un buen descanso. 


No he puesto el despertador confiado en  que sería una mini-siesta. Gracias a la cacerolada, coincidente con el discurso del Borbón, he salido de mi letargo quizás demasiado alterado.


Por suerte, la tienda de Ahmed está abierta y  he podido comprar un par de botellas de vino. Aunque siempre dicen que no hace falta que lleve nada, me horroriza presentarme con las manos vacías a una invitación. Carles y Ana probablemente habrán invertido la tarde en preparar la cena mientras yo dormía.

Me hubiera gustado comprar algún vino del Penedés, pero la oferta de mi paki favorito es limitada, rioja  y algún ribera del Duero  – precio razonable y buen cuerpo– repite siempre Ahmed. Me hace gracia lo del cuerpo – ¡Tú si que tienes buen cuerpo!— bromeo.  No sé si me entiende del todo, pero ríe amable. Le dice algo en urdu a su compañero, un hombre tímido que apenas chapurrea el castellano, y ríen los dos. 

Unos jóvenes, ataviados con esteladas a modo de capa, supermanes de la hipotética nueva república, se pasan un enorme porro que quizás les aligera el viaje a Itaca. Me gustaría tener la misma ilusión, pero mi futuro aún se conjuga en gris. Mi patria hace tiempo que consiste en setenta metros cuadrados que ahora están repletos de desilusión. 

Carles y Ana no viven lejos y he decidido ir andando. Hay bastante gente por la calle. Muchos regresan de las manifestaciones con el uniforme oficial.  Un coche de los mossos vigila que no se perturbe el orden. Hoy los mossos son héroes, a veces, la memoria es frágil. 

–¿Qué em pot dir l’hora? — me pregunta un chaval sin dejar de besar a su novia.

–Tres quarts de deu.

Hace un cuarto de hora que ya tendría que haber llegado. Llamo a Carles, pero se pone Ana.

– ¿Qué te ha pasado esta vez?

– Perdona, me he quedado dormido. En quince minutos estoy allí.

Un indigente duerme en un cajero, ajeno a las banderas y pancartas  que desfilan junto a él.  Probablemente no necesita reclamar una identidad que extravió en el fondo de un tetrabrik de vino barato. Quizás yo estoy más cerca de ese vagabundo borracho que de muchos de los coloridos transeúntes.

Me gusta mi ciudad aunque hoy siento caminar por una trinchera imaginaria y  profunda que me permite esquivar las palabras hirientes de patriotas envueltos en banderas con los mismos colores.  Intento encontrar la identidad que jamás tuve más allá de la que indica arbitrariamente mi DNI.

Me abre la puerta Carles con una acogedora sonrisa.

—Ja era hora, nen!

—Ho sento. Un malson massa llarg.

Ana está con Toni y Núria discutiendo y analizando el mensaje borbónico, ignorando sin querer mi llegada. Cuatro besos y un abrazo y ya estoy inmerso en una conversación de la que trato de huir por una tangente que ni se aproxima a la discusión circular que mantienen con  cierto acaloramiento.

Salgo con Carles al balcón a fumar un cigarro. La noche parece más negra que nunca, no hay luna ni estrellas. Nuestro silencio permite que el zureo de una paloma insomne se convierta en un molesto acompañante y nuestra prudencia ,en un interminable diálogo de miradas. 

Ana nos llama para que nos sentemos a la mesa. Mi rioja paquistaní luce en el centro de una mesa circular. La falta de esquinas nos une más que la nula conversación, zanjada sin vencedores antes de la cena. Oigo las tripas de Toni agradeciendo la comida y la masticación pausada de Ana. Esquivamos un brindis que nos pondría en desacuerdo.

Estoy cansado y decido regresar a casa tras el segundo gin tonic. No hay nadie por las calles. Las esteladas cuelgan de los balcones junto a alguna ocasional bandera de España, trapos que malbaratan el paisaje. 

Regreso por la trinchera imaginaria disfrutando del fresco de la noche. La áspera voz de una gaviota es el único sonido en una noche demasiado silenciosa. Quizás las aves tengan más ganas de diálogo que nosotros.