martes, 26 de diciembre de 2017

SOLEDAD





Arranqué la hoja de noviembre, sin duda la que más placeres me había proporcionado durante este año: la fotografía de un bombero con el torso desnudo , ataviado con un casco de gladiador y una campestra. Me excitaba esa fotografía, su mirada lasciva que traspasaba el papel y provocaba que mi cuerpo alcanzara décimas de fiebre.

Me dejé caer en la cama esperando que el sueño no tardara en llegar. Intermitencias en rojo y verde se colaban en la habitación, luces de algún bar insomne, como yo. En el suelo reposaba mi bombero pirómano que no dejaba de invitarme al onanismo. Me revolví entre las sábanas buscando el placer de las caricias. Cerré los ojos en las últimas contracciones y alcancé de nuevo la recompensa de la felicidad, breve pero intensa. Las manchas de humedad del techo me devolvieron a la realidad y mi figura, convertida en sombra proyectada a intervalos sobre la pared , me recordó que la soledad es mi única compañía.

Me vestí con ropa ligera y un abrigo, regalo de un exnovio. El pelo alborotado , los labios en carmesí y un cigarro a medio consumir. Sabía que la imagen de mujerzuela atraería alguno de los parroquianos del bar.

No había probado aún el gin tonic cuando un hombre trajeado se acercó. No hacen falta demasiadas palabras para convencer al convencido y las suyas, aunque carentes de gracia e ingenio, fueron suficientes para invitarle a terminar la noche en mi piso. Ni siquiera era guapo.

Mientras subíamos por la escalera y ajena a las palabras de aquel hombre, pensaba si lo que buscaba era alguien con quien compartir mi desbocada libido o tan sólo otra sombra en la pared.

Fue rápido, demasiado. Se desplomó a mi lado resoplando y encendió un cigarro con cara de felicidad. Dejó cien euros sobre la mesilla y se asomó a la ventana. El frío y la humillación me dejaron paralizada en la cama. Un guiño y un beso lanzado al aire fue su despedida .

Noviembre permanecía en el suelo y diciembre auguraba que la soledad no era mala compañía.