Conocí a Olga en un curso de poesía, entre versos alejandrinos y
rimas asonantes. Luis, nuestro profesor, tenía una capacidad increíble
para rimar los sentimientos más bellos y provocar la admiración de las féminas
que asistían al curso. Reconozco su maestría e incluso, a mi pesar, la
congoja que nos invadía cuando su voz firme recitaba sus hermosas letras. Yo
era más de realismo sucio con rima libre y pretensiones filosóficas. Mi vida
anodina, mis escarceos con prostitutas o las interminables horas en las barras
de bar, junto con mis escasos dotes como escritor o poeta, daban para poco
más que cuatro versos de nula trascendencia y discutible valor estético.