Centrifugué los restos de
nuestro amor en la lavadora y acabé hipnotizado por su movimiento circular. Tu
olor se desvanecía entre el refrescante aroma del suavizante y algunos de tus
cabellos, adheridos a mis ropas en olvidados minutos de pasión, se perdieron en
el misterioso tambor. Durante una hora quedé embobado siguiendo un programa en
frío, como el final de nuestra relación.
Babeaba la cerveza que
acababa de abrir contemplando el eterno girar de la ropa. Vaqueros, jerseys, calzoncillos…,
todas las prendas se desprendían de tu recuerdo y, una vez tendidas,
goteaban amor y odio sobre el suelo del patio interior. Esperé a que se
secara la ropa mientras perdía la mirada entre tímidos rayos de sol que aligeraban mi espera. Cuatro whiskies tardó en secarse la colada. Abracé un
jersey para cerciorarme de que tu perfume había desaparecido. El olor del detergente
borró tu esencia.
Estaba borracho, las
pinzas se escurrían entre mis dedos. Acabé de recoger el resto de prendas y me
serví el último whisky con un calzoncillo puesto en la cabeza. Estaba de
celebración. Me pusé la camisa, aún húmeda, que llevaba en nuestra
despedida. No quedaba tampoco rastro de tu olor. Ni de tu sangre.
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